¿Qué os encontraréis en MQEOS...? Pues simplemente una bonita historia...
"Me querrás en 11 semanas" es la segunda novela de Fran Cazorla, una bonita historia de amor entre la chica casi perfecta y un completo desconocido. Once semanas, once capítulos, donde el admirador secreto intentará conquistar a la chica de sus sueños... ¿Lo conseguirá...?
Aquí tenéis una pequeña muestra de lo que os encontraréis...
Como
cada mañana al levantarse, hacía un pequeño repaso a su vida, a sí misma,
delante del espejo del baño. Mentalmente hacía un recorrido por su identidad,
por sus gustos, por su vida. Sólo quería asegurarse de que era quien recordaba
ser. Y pese a que todo estaba como siempre, cuando terminaba de lavarse los
dientes y se ponía las lentillas, sentía en su interior que algo no encajaba,
que alguna pieza del puzle de su existencia no estaba en su sitio. Cada mañana
la misma sensación.
Y para colmo había tenido de nuevo
aquel sueño, o pesadilla, como a ella le gustaba denominarlo. De vez en cuando
tenía esos sueños en los que recordaba a Mark, en la época en la que estuvieron
saliendo. Siempre comenzaban de forma bonita para ir tornándose en pesadilla
conforme iban avanzando. Lo mismo que ocurrió en la vida real.
Cuando conoció a
Mark le pareció el hombre perfecto, y al igual que ella, todas las demás chicas
del pueblo pensaban igual. Era un chico muy guapo, un rubio con el pelo muy
corto y unos ojos azules de escándalo; era un excelente atleta y se notaba que
machacaba su cuerpo entrenando horas y horas porque parecía esculpido por un
antiguo escultor clásico. Vestía siempre muy bien y toda la ropa que llevaba
era de las mejores marcas. Todo le iba bien al muchacho.
A pesar de que era
un estudiante algo mediocre, siempre fue superando curso tras curso, en gran
parte ayudado por el Decano de la facultad de deporte. Mark era su ojo derecho.
Todo eso era agua
pasada.
Once
semanas. Tan sólo once semanas más. Ya faltaba menos para terminar un curso
horrible. El tiempo se ralentizaba más y más, y los lunes eran los peores. La
sola idea de que aún quedaban cinco días completos de clase, de asignaturas
insulsas y profesores aburridos, hacia que el tiempo pasara muy, muy, muy
despacio.
Ana
suspiraba mientras esperaba en la parada del bus. No le quedaba otra que
resignarse. Se matriculó en esa carrera no porque le gustasen las asignaturas y
las materias, ni mucho menos. Se matriculó porque a su padre le gustaba a dónde
llevaba la misma: a ser abogada, a ser juez algún día. Más de una vez pensaba
que sería bonito llegar a cumplir el sueño de su padre sin tener que cursar
aquellas soporíferas asignaturas.
El horario de
clases tampoco ayudaba demasiado. Tenía
sus clases los lunes y miércoles por la tarde, los martes, jueves y viernes por
la mañana. Pero bueno, se auto animaba pensando que al menos tenía tres tardes
libres a la semana para poder abandonar la rutina de su vida. Y hoy era lunes. Y
un lunes tras otro, se levantaba algo tarde. Sus padres trabajaban fuera y no
regresaban a casa hasta la tarde, así que prácticamente no los veía en todo el
día.
El padre de Ana era el fiscal del
condado, y su madre la ayudante de éste. El señor y la señora Lane eran
personas muy apreciadas y respetadas en todo el condado de Esmeralda.
Habían pasado ya
tres años desde la mudanza a Silver Peak. En un principio iba a ser un trabajo
temporal para el señor Lane, pero cuando le ofrecieron un trabajo con una
enorme estabilidad, siendo su asistente su propia mujer, hubo cierta división
de opiniones entre si aceptar o no. A Anabeth no le entusiasmaba la idea en un
principio, aunque al final tuvo que capitular y reconocer que tal y como decía siempre
Michael, era un lugar muy bello y tranquilo para vivir y envejecer juntos.
Se mudaron a una
bonita casa en una finca de dimensiones muy considerables en Silver Peak, a
unos escasos treinta minutos de Goldfield, el centro neurálgico del condado y
el lugar donde trabajaban.
También allí se
encontraban los Institutos de enseñanza y la universidad donde Ana cursaba sus
estudios.
Era una chica
brillante, inteligente y muy decidida. Siempre destacó en los estudios, y por
fin estaba llegando a su objetivo final, el de ella y el de sus padres, por
supuesto.
Ni siquiera el
cambio de aires, de universidad, de amigos; le había afectado en su rendimiento
académico.
Goldfield no era una ciudad pequeña
del Condado de Esmeralda, en el estado de Nevada. Hay muchas teorías del porqué
de ese nombre. En la época de la fiebre del oro se encontraron muchas piedras
preciosas, pero Ana prefería la versión que sugiere que el nombre de aquel
condado viene por una gitana que protagonizó una novela de Víctor Hugo, Nuestra señora de París. Ana amaba esa
historia. Era una enamorada de la literatura clásica y sobretodo, del teatro.
Silver Peak fue
antaño una zona minera prolífica en plata, lo que provocó que la fiebre minera
de finales del XIX trajera infinidad de colonos, lo que hizo que se fundara
aquel pequeño pueblo, aunque hoy en día es más como un residencial en las
afueras que da respiro a la ciudad. Está
situado en un bonito enclave, un valle dividido por la carretera estatal, la
Rute 95, y flanqueada a un lado por el extenso Bosque Nacional de Inyo, y por
el otro lado el vasto Parque Nacional del Valle de la Muerte.
Ana subió al autobús después de
almorzar para ir a la universidad. Ese día le tocaba ir sola porque Angy tenía
clase de mañana. Se dirigió hacia los asientos de siempre, a los del final, a
los que todo el mundo denominaba el gallinero.
Se sentó y dejó sus cosas en el asiento de Angy. Miró hacia la ventana y
observó que había algo escrito con rotulador en el cristal.
“Te he buscado…
Te echaba de
menos…”
Qué frase tan
bonita. Alguien estaba inspirado esa mañana. Qué bonito es el amor…
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